Ungida en el agua de tus brazos
puedo colmar un río con todas las lágrimas
que resquebrajan el inmenso mundo acristalado
donde me encuentro.
Si te vas el cielo caerá tapando mi esperanza,
en vaga y sórdida existencia,
esa que sola yo voy creando
en las noches de negro temor,
en las de seda roja,
en las de lánguidas sábanas mortecinas.
Ungida en el agua de tus brazos,
en la inconsciencia de un aleteo sin tu sombra,
daré un traspié aletargado y sostenido por el viento,
apocada bajo tu capa maligna de hiel y amor.
Si te vas voy a reírme del sol
y de la luna
y de los días con sus noches
y de toda la historia pasada del mundo
y de las hadas, duendes y espectros
y de fantasías evocadoras de anhelos…
Voy a reírme sin parar mostrando la amargura en mis dientes.
Me reiré de lo eterno en espesa carcajada,
de los pies que bailaron con tu música,
de los besos que debiste haberme dado,
del silencio que cae rotundo en nuestros hombros cansados,
de la miseria y del hambre,
me reiré de los mismos dioses,
provocaré su ira con mi risa
y me ganaré el derecho al providencial castigo.
Mi vida ya no será si no es apagándose.
Si te vas,
quiero morir contigo,
mecidos los dos
en la inconfundible mano de Eros.