El río de la edad que me fluye
avanza exquisito
entre mansedumbres de piel.
Ahora,
pretende pertinaz
el roce breve de un escrúpulo
en erosión intermitente,
un desgaste lento que me inste a palidecer.
Discurre anárquico
por el irracional cauce de mi hipocampo
hasta ocultarse ladino y diestro
en un meandro de designio.
Nadie detiene su fuerza
ni se inspira con su tonada.
Nadie se atreve a mirar
el inmenso brío de su inundación.
El río de la edad que me fluye
llena de ensueños mi caudal
y, en ansiedad inmortal,
sitúa su quera en mis orillas más hambrientas.
M/M