Hoy no estás en mí,
hasta el polvo de tus alas convulsas
se ha ausentado.
Te has ido despacio,
con el ronroneo mimoso de la pereza
en tus purpurinas
y dejas en mi piel la fiebre férrea
que tus apegos encienden.
No existe desahogo posible
para esta ansiedad de gata encelada
que sobre mi vientre avanza.
Huelo un río de erótica sangre
fluyendo hacia la fina línea
que separa el clímax de un océano
de aquella ceguera absurda
que ayer truncó nuestras horas.
M/M