A mi querida existencia
En el punto donde el juicio o la insensatez
Distribuyen magnánimas el porte de reina,
De erudita, de soñadora enfermiza;
En la cima del cerro que, gemebundo,
Se desliza por el cielo hacia un crepúsculo bermellón;
En el ensueño de haberlo tenido,
De tenerlo todavía sosteniendo mis desgarros,
Abriendo el telón de los años y pasando dentro dulce,
En tenue caricia,
En el eterno retorno de cascadas cuajadas de un hielo azul,
De diamantes manchados de polvo y amapola.
A mi querida existencia
Que salta gozosa entre el pálpito de un junio joven,
Vital, estival, enardecido por su mano caliente
Y un enero marchito en su ausencia;
A mi querida existencia
Que se prepara, instigada por agoreros vientos,
Para batallas que van naciendo en el seno de todas las familias;
Que se reduce a fuego lento
Colmando de almíbar a los hijos del deseo
Y se mece despacio,
Se deja llevar en un rítmico cerrar de ojos
Por el sueño de una luna enamorada – escándalo de ideas
Saturadas de crisálidas que aplauden y no crecen-
A mi querida existencia
Por haberme soportado hasta hoy,
Hasta este instante demoníaco
Y de sobrenatural vena profusa;
Por pararse a mirar lo andado
A sumar lo ganado,
A llorar tanta pérdida desafortunada
Que agranda mi ojera
Impregnando navíos al mar de mi rostro
En dibujo de infante pulcro y educado;
Por frotar mi gozo en una estrella;
Por hacer de mi pulso tormenta embravecida y arrogante
Ante su pecho, ante su vientre,
Y volcar mi humor salado
Sobre todos los álamos de esta ribera.
A mi querida existencia,
Sin adornos,
Sin máscaras ni pretextos
Le rindo homenaje y respeto
Estremeciéndome en mí misma,
Hurgando en el claro de este meollo de paranoia,
Restituyendo el aliento con aroma de almendra dulce.