Me cuesta portar el hato de trigo a la espalda,
Y mirar como los cirros pasean sus largas colas,
Y me cuesta estar sola,
Y pensar en mañana,
Y más, en pasado mañana,
Y, como me cuesta, agostar las sombras...
Y querer,
Y querer,
Y tomar la sopa caliente del plato,
Y escuchar el son del otoño,
Y aún, del despojo del verano.
Me cuesta recordar los cipreses cantarines,
Y abrumarme con insaciables gusanos de odio,
Y estrechar su ilusorio pecho,
Y cantar ahora que no hay música,
Y abrir los ojos cuando el sol inunda mis pestañas.
Me cuesta no ver el mar
Y no respirar el salitre de su boca,
Ni de su prolongado cuello empapado de destino.
Me cuesta vivir, costilla ignorante,
Sin el recio anclaje de su cuerpo.
Cuando ves a alguien triste, sabes lo que le cuesta seguir al frente de la vida.
ResponderEliminarUn beso a todos los que lo estén pasando un poco regular.
Pero siempre encuentro
ResponderEliminarla caricia de tu pluma
el sentir sincero
de tus alma
Y el fuerte abrazo
de tu risa
que escondida
encuentro en tu palabra.
Mi risa siempre para tí, Fernando.
ResponderEliminarUn beso también para tí, guapa.
ResponderEliminarYo tengo dos guardianes
ResponderEliminarEn la puerta de mi casa
Son árboles milenarios
Que la tienen custodiada
Son cipreses, ¡tan hermosos!
Hasta el cielo van sus ramas
Buscando la luz del sol
Erguidos, ¡como dos lanzas!
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Hola Roxy, tu alma y mi alma siempre paralelas.
ResponderEliminarÁrbol, no había leído este poema nunca. En realidad, lo de los cipreses me atrae bastante, más que como árboles por el simbolismo que poseen.
Me tienes un poco intrigada.